Article publicat al suplement de El Pais al voltant dels errors.Imprescindible lectura per a les persones que treballem a l'ensenyament
Errar es humano, aprender es divino
FRANCESC MIRALLES 17/10/2010
Considerar
un error como una oportunidad para aprender es inteligente. La historia
de la humanidad está llena de fallos que desencadenaron en importantes
descubrimientos.
La
historia de la humanidad está llena de equivocaciones afortunadas que
nos han llevado más allá de nuestros límites. Desde el error de cálculo
que condujo a Colón al continente americano, muchos aciertos humanos
han salido de pequeñas y grandes catástrofes. El yogur, hoy presente en
la mayoría de neveras, lo descubrió, según la tradición, una caravana
de comerciantes búlgaros que trasladaban leche de un poblado a otro y
vieron cómo, por efecto del sol, ésta había fermentado. Uno de ellos la
probó para ver hasta qué punto se había echado a perder. El sabor le
gustó y, con el tiempo, se descubrió que tenía efectos beneficiosos
para el estómago. Había nacido un producto que conquistaría el mundo.
Moraleja: tenemos mucho que aprender de las llamadas “serendipias”,
como se denomina a los hallazgos o descubrimientos que se producen por
accidente.
La noticia en otros webs
“Vivimos en una sociedad que premia el acierto y penaliza el error. Para nuestro sistema educativo, el error es estéril y vacío”
“No hay que tener miedo a equivocarse, porque no hay otra manera de aprender. La vida es un constante prueba y error”
Dos errores modernos
“Las equivocaciones son los portales del descubrimiento” (James Joyce)
En
1974, el departamento de desarrollo de productos de 3M se desesperó
cuando uno de sus investigadores, Spencer Silver, produjo una goma
altamente defectuosa al olvidar un componente en la mezcla. Lo que
parecía mala suerte fue aprovechado por otro empleado del departamento,
Art Fry, para crear uno de los grandes inventos de la industria de
papelería moderna. Fry era un devoto de la iglesia al que siempre se le
caían los papelitos con los que marcaba los pasajes de la Biblia. Antes
de que la mal lograda partida de adhesivo fuera arrinconada en la
fábrica, tomó parte de aquel pegamento débil para fijar los papelitos a
las páginas de las sagradas escrituras. Acababa de nacer el Post-it.
Otro
error de índole empresarial que ha sido ampliamente comentado tuvo como
protagonista a Steve Jobs, el fundador de Apple. En 1984 contrató a
John Sculley para que dirigiera la empresa con mayor eficacia. La mala
relación que se instaló entre los dos acabó, debido al apoyo de los
accionistas al recién llegado, con la dimisión de Jobs. Sin embargo,
gracias a su despido, Steve tuvo tiempo de crear en 1986 la compañía de
películas de animación Pixar, que firmó acuerdos con Walt Disney para
producir algunas películas de enorme éxito, como Toy story. Pixar
terminó en manos de Disney por 7.400 millones de dólares, y Jobs se
convirtió en el mayor accionista individual de la misma Disney. Su
éxito no pasó inadvertido a Apple, que en plena crisis le devolvió las
riendas en 1997 para que reflotara la empresa. Empezaría la edad de oro
de la compañía, con éxitos masivos como el iPod, los nuevos iMac o los
actuales iPhone.
Viaje al centro del error
“Si cerráis la puerta a las equivocaciones, también la verdad se quedará fuera” (Rabindranath Tagore)
Pese
a los ejemplos, el error no goza de buena fama en nuestra sociedad. El
escritor y creativo publicitario Gabriel García de Oro aborda en un
ensayo de próxima publicación la injustificada fobia a equivocarnos. El
autor de La empresa fabulosa plantea que tal vez no sea
casualidad que los términos “error” y “terror” se parezcan tanto: “El
error nos produce terror. También vergüenza y culpa. Bajamos la mirada
y nos reprochamos no haber sido capaces de acertar, de escoger la
opción correcta. Desde pequeños hemos vivido en una sociedad que premia
el acierto y penaliza el error. Para nuestro sistema educativo, el
error es estéril y vacío, no se saca nada de él”.
Nuestro miedo a
equivocarnos se traduce a menudo en miedo a decidir. Si no decidimos,
no fallamos. Y si no fallamos, no nos podemos hacer reproches ni nos
sentiremos culpables. Resultado: parálisis. Al esquivar los errores,
además, renunciamos a nuestro maestro, pues como demuestra la biografía
de los grandes inventores y empresarios, en las equivocaciones hay una
fuente inagotable de sabiduría. La ciencia avanza gracias a la “prueba
y error” y lo mismo sucede en cada vida humana. García de Oro lo
explica así: “Sin error no se avanza. ¿Quién ha aprendido a ir en
bicicleta sin caerse? Es imposible. Por eso las personas mayores que no
saben ir en bicicleta es muy difícil que aprendan, porque tienen
demasiado miedo a caerse. Y así no hay quien pedalee. Debemos volver a
aprender como cuando éramos niños. Crecer es aprender, aprender es
equivocarse”.
Dado que, desgraciadamente, el error nos produce un
sentimiento de culpa, preferimos que otros escojan por nosotros antes
que tomar el riesgo de equivocarnos. Esta actitud nos limita y frena
nuestro crecimiento como personas, pues acabamos diluyendo nuestra
libertad dentro de un grupo en el que no tengamos que tomar decisiones.
Las tres R de error
“La libertad no merecería la pena si no incluyera la libertad de equivocarse” (Mahatma Gandhi)
El
autor citado anteriormente se sirve de las tres consonantes que
conforman la palabra “error” para desvelar tres claves de sabiduría
que, “erre que erre”, nos educan para acertar en la vida incluso cuando
no se produce ninguna serendipia:
Reconocimiento. Cada
fallo es una lección de humildad que nos pone en nuestro sitio. Saber
que no somos infalibles es un ejercicio beneficioso. Nos enseña que
debemos prestar atención y aprender para mejorar en el futuro.
Responsabilidad.
Al reconocer nuestra equivocación estamos tomando el control de
nuestros actos en lugar de echar las culpas a terceros. Por tanto, cada
error asumido nos recuerda que mucho de lo bueno y lo malo que nos
sucede depende de nosotros.
Revolución. La conciencia del
error, de lo que no funciona, es el germen de la revolución. Así como
Edison probaba nuevos filamentos para su bombilla cada vez que
fracasaba, muchas mejoras sociales han llegado a partir del impulso
colectivo para enmendar injusticias.
El progreso es una carrera
hacia la superación llena de experimentos fallidos pero necesarios,
porque solo a través de lo que no funciona llegamos a descubrir lo que
funciona. Esto no solo se aplica al campo de la ciencia o de los
movimientos sociales. La vida de todo individuo es un constante prueba
y error, donde el premio gordo lo obtiene quien más aprende de sus
errores.
Alfred Adler, el psiquiatra austriaco que exploró el
complejo de inferioridad, explica cómo funciona la escuela del error:
“¿Qué es lo que haces al principio cuando aprendes a nadar? Cometes
errores, ¿no es cierto? ¿Y qué ocurre a continuación? Pues que cometes
más errores todavía. ¿Y qué pasa cuando has descubierto todas las
maneras posibles de hundirte? De repente empiezas a nadar. ¡La vida es
igual que aprender a nadar! No tengas miedo de equivocarte. No existe
otra manera de aprender a vivir”.
De la síntesis a la solución
“Todas las personas cometen fallos, pero solo las inteligentes aprenden de ellos”
(Winston Churchill)
Aunque
su impacto puede ser muy poderoso, las serendipias son poco comunes en
la vida cotidiana. Es decir, la inmensa mayoría de equivocaciones no
aportan más beneficio que mostrarnos un camino que no lleva a ningún
sitio.
Las personas fallamos. Unas aprenden de los errores y
otras tropiezan con la misma piedra. Un ejemplo de este segundo grupo
sería la persona que, con cada intento de relación sentimental, comete
exactamente los mismos errores: bien porque elige siempre mal a su
compañero/a, o porque reproduce las mismas conductas que llevan a la
ruptura. Estas personas no suelen reconocer sus errores y atribuyen la
culpa a los otros.
Además de un espíritu autocrítico y
responsable, ¿qué es lo que distingue a las personas que aprenden de
los errores de las que solo saben tropezar con ellos? Analizar lo que
ha salido mal y sintetizar la clave del error significa subir un
peldaño en nuestra evolución personal. Así, quien posee inteligencia
emocional “lee” lo que sucede a su alrededor y saca conclusiones para
cultivar las interacciones positivas y reducir las de resultado
negativo.
Quien tropieza tres veces consecutivas con la misma
piedra, en lugar de maldecirla, debería fijarse en cómo anda. Esa es la
lección. Es imposible apartar todas las piedras del camino, que están
ahí para enseñarnos a bajar la vista con humildad y educar nuestros
pasos. Se hace camino al andar, como decía Machado, y se gana sabiduría
al errar.
EL JARDÍN DEL ERROR
“Hubo un tiempo en el que Adán y Eva vivían felices y despreocupados
en el jardín del Edén. Todo era paz y armonía. No había posibilidad de
error. Para los humanos, no tener la opción de equivocarse es el
paraíso. Pero de repente supieron que, de entre todos los árboles, uno
estaba prohibido. No debían comer la fruta del árbol de la ciencia y la
sabiduría. Tal vez por eso decidieron comer, probar, arriesgarse. Y se
equivocaron. Fueron expulsados del paraíso. Primera interpretación
bíblica: los errores se pagan. Sin embargo, existe una lectura más
sutil y reveladora: el camino que lleva hasta el árbol de la sabiduría
es el error”. Leo Balthazar.
PARA APRENDER DE LOS ERRORES
1. Libros
– ‘Serendipia’, de Royston M. Roberts (Alianza). Este entretenido ensayo ilustra con múltiples ejemplos el papel de lo azaroso y accidental en muchos avances y descubrimientos, desde el principio de Arquímedes o la penicilina hasta inventos tan cotidianos como el velcro o el cristal de seguridad de los automóviles.
– ‘La empresa fabulosa’, de Gabriel García de Oro (Planeta). Escrito por el director creativo de Ogilvy One, esta antología de fábulas inspiradoras contiene lúcidas perlas de sabiduría para la vida diaria.
2. Películas
– ‘Atrapado en el tiempo’, de Harold Ramis (Buena Vista). La clave de este divertidísimo filme, protagonizado por Bill Murray, que se ve obligado a vivir una y otra vez “el día de la marmota”, está en el aprendizaje de los errores cotidianos para salir de la rueda del fracaso.
– ‘Serendipia’, de Royston M. Roberts (Alianza). Este entretenido ensayo ilustra con múltiples ejemplos el papel de lo azaroso y accidental en muchos avances y descubrimientos, desde el principio de Arquímedes o la penicilina hasta inventos tan cotidianos como el velcro o el cristal de seguridad de los automóviles.
– ‘La empresa fabulosa’, de Gabriel García de Oro (Planeta). Escrito por el director creativo de Ogilvy One, esta antología de fábulas inspiradoras contiene lúcidas perlas de sabiduría para la vida diaria.
2. Películas
– ‘Atrapado en el tiempo’, de Harold Ramis (Buena Vista). La clave de este divertidísimo filme, protagonizado por Bill Murray, que se ve obligado a vivir una y otra vez “el día de la marmota”, está en el aprendizaje de los errores cotidianos para salir de la rueda del fracaso.
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